24.2.07

En Cerro Negro, la noche del 17 a 18 de febrero, despedimos a Venus (la nacida de la espuma); nos acompañó durante toda la noche Saturno -el que se tapiñó a su hijos- y en nuestra retirada, vino a saludarnos el noble gigante de todos los planetas, Júpiter. Durante este maravilloso paseo por los cielos, que hicimos: Isabel y sus hijos -Alvaro e Isabelita- Carlos, su hermano; José María, Salvador y yo, cada uno se despachó a su gusto en el grandioso espectáculo que, ayer noche nos ofrecieron los cielos en Cerro Negro.... ¡sí puede parecer inverosímil, pero así fue!. Allí tuvimos todo el Universo a nuestra vista, ni una nube pelmaza vino a amargarnos; la humedad, no pasó de empañar a los coches manteniéndose respetuosa con las lentes y objetivos; el viento, discreto, de vez en cuando mecía las hojas del árbol de la ruina; el frío, sólo bien avanzada la madrugada, nos hizo tirar de más abrigo. Sobre esa hora, un bramido, mugido, ronquido o no-se-qué-ido, saliendo del lado opuesto de las ruinas nos tuvo un rato a todos, oídos atentos por saber de qué podía tratarse, llegando a la conclusión de que sería algún escapado del cercano zoológico, o bien el espíritu del lugar que nos saludaba.

Pero antes me paseé durante un buen rato por la Osa Mayor, en cuya cola me detuve para observar a Mizar y a su "jinete" Alcor. La dejé en el proceso de dar su gran voltereta pues nuestros estómagos pedían ya combustible, menester que satisficimos, cumplida y agradablemente.

Me dediqué después a las hijas del Titán Atlas, Las Pléyades que, cómodas ya en su altura, me ofrecían su espectacular belleza, intentando pasar a un dibujo a estas siete hermanas para, con la luz casera, terminarlo y dar a cada una sus bellísimos nombres.

Una vez hecho ésto, tuve la satisfacción de meter en mi campo a, Almitak, Almilam y Mintaca de Orión, para en la primera por la izquierda, intentar separar tres que allí se pueden ver distinguir. Más tarde, bajando un poco, dejé a mis ojos que se nublaran con M-42.

Finalmente en Auriga, asimismo muy cómodo, me paseé un buen rato entre las M36, M37 y M38, y al término de ésto recogí mis artilugios. No sin cierto pesar por dejar a José María solo -con sus meteoritos- regresamos todos a Sevilla sobre las 5 de la madrugada. Pero ya leí que regresó bien amanecido
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